Mañana
se cumplirán los primeros seis meses. Decir “medio año” quizás asusta un poco
más, es como mirar un precipicio, uno en el que llevamos demasiado tiempo
asomados.
Creo
que jamás podré olvidar aquellos días. Cada detalle puedo verlo hoy, como lo vi
entonces. Volvimos a vivir algo que ya nos había marcado antes. Sensaciones que
tuvimos que afrontar, convenciéndonos de que una y no más. Y nos equivocábamos,
VAYA SI NOS EQUIVOCÁBAMOS. Era otra vez a pasar por un infierno, eso sí, de
nuevo no estábamos preparados para aquello. Aunque, ¿quién puede estarlo? Es
imposible. Volvió esa sensación de ¿qué está pasando? ¿acaso esto es real?
Volvió eso, y volvió todo. Y vuelve un rato cada día.
En aquel
primer in(f)vierno me sentí perdida, me sentí golpeada. Se me iba algo sin lo
que aún no había probado a no estar. Se iba aquella sonrisa, aquella forma tan
nuestra de hacerlo todo. Dejaba tanto… Y se iba con él aun más, mucho más, se
iba todo lo que nos tocaba vivir, ahora que por fin empezábamos a hacerlo. Y se
fue, y poco a poco vamos aprendiendo a vivir así. Tres años y pico después yo
sigo sin saber muy bien cómo hacerlo. Creeme Fer, lo sabes, cada día estás
aquí, en mi.
Pero en
aquel momento tampoco pudimos parar a tocar un poco el fondo para poder seguir.
Aun había alguien que, hasta entonces, luchaba por seguir con nosotros. Allí
estaba, con la lucha más dura a la que le toca enfrentarse a una persona, sí,
al cáncer. Sus ganas de vivir debían ser las nuestras. Y lo fueron. Hasta que
tuvimos que darnos cuenta y aceptar que debíamos disfrutar el poco tiempo que
nos quedaba, que la única forma de luchar era ya sonreir hasta el final, o al
menos estar juntos. Ella, mi abuela, era mi ejemplo de vida. Esa persona que lo
había dado todo por los demás, por los suyos. La vida fue injusta con ella
desde el principio hasta el final, pero ella a los golpes respondió con
valentía, lucha y sobretodo esa sonrisa tan suya. Aun no sé muy bien, o no he
sabido aceptar, todo lo que perdí aquel Abril. O no he querido. Ella fue mi
todo. Me vio crecer y me enseñó cómo hacerlo. Espero realmente que esté
orgullosa de mi, y que siga con esa sonrisa. Seguro que cuida de los de allí, y
de los que seguimos aquí. Perdóname los fallos, supongo que no siempre supe
estar a la altura. Te quiero, y te querré con todo mi corazón siempre.
Y justo
entonces, cuando volvió a encenderse otra estrella en el cielo, nos tocó
aprender de una vez a vivir de otra manera. No nos faltaron sustos después,
pero nos mantuvimos juntos. Todos juntos. Y así seguimos día a día.
El
caso, es que ya hace 182 días que volví a sentirme perdida. Que volvieron a
darnos un golpe bajo. De nuevo el cielo se llevaba otra estrella. Se que se
agarró a quedarse, pero tampoco ganamos esa pelea. Fue un golpe duro, que nos
pilló desprevenidos y nos tiró. Nos tiró a todos.
Y yo
otra vez vi cómo mi familia se tambaleaba. Si tras las otras sacudidas alguien
se había puesto al frente de todo y tirado de cada uno de nosotros, había sido
ella. Y se iba. Y… ¿quién tiraría entonces? ¿cómo saldríamos adelante?
Creo
que nadie comprende muy bien lo que perdí yo hace 6 meses. No solo a mi “madrina
favorita” como decía ella. Supongo que perdí un poco más, un trocito de mi.
Perdí una sonrisa diaria, una carcajada única. Una persona que no tenía nada
suyo, que era pura entrega a los demás. Ella sí que era amor. Amiga de sus
amigos, madre como ninguna… Una persona a seguir, una persona que dejaba aquel
día un vacío inmenso. Nadie puede hablar de ella sin sonreir. O quizás sí. Pero
solo aquellos que no la conocieron, solo gente que vive feliz si el de al lado
no lo es. Pero oye, que a cada cerda le llega su San Martin.
Aquí
seguimos nosotros, seis mesazos después. Intentando aun darnos cuenta de que no
está, porque no está. Yo la sigo sintiendo cerca. Aunque también sigo esperando
su voz o verla abrir la puerta. Supongo que eso aun me consume. Pero tengo dos
caras en las que aun puedo verla. Dos personitas a las que admirar. Por ellos
tenemos que seguir, porque es lo que ella, donde esté, quiere.
Y lo
haremos. Ya es medio año sin ti, y desde allí arriba aun nos mandas esa
carcajada. Yo prometo no olvidarla. Tú bien sabes lo que compartimos las dos,
las risas y las confidencias. En ti vi siempre amor hacia mi, hacia “tu otra
niña”. Y eso siempre te lo agradeceré. Gracias, por darnos todo lo que nos
diste, por vaciarte por nosotros. Por enseñarnos que debemos “sonreir, que hay
que ser felices”.
Ahí
quedó para siempre tu mensaje: SIEMPRE QUE TÚ QUIERAS. Y yo se que así es, que
vendrás siempre.
Tenemos tres grandes luces allí arriba que nos guían. Y que brillarán siempre.
Os echo de menos, y eso no depende de los meses que pasen porque aquí, realmente, estáis cada día.